En el horizonte de las desigualdades y conflictos sociales, comienza a tomar forma otro problema que promete involucrar a las empresas farmacéuticas y a las autoridades de la salud: el pasaporte digital del COVID-19.
Por un lado, países alrededor del mundo esperan con ansias el retorno del turismo a gran escala y los viajes corporativos. Cualquier medida que acelere ese proceso será bienvenida. Por el otro, la vacunación avanza de manera desigual y, aunque se haga el mejor esfuerzo, muchos países y sociedades quedarán en desventaja frente a otros en la fila de la vacunación. Incluso, dentro de los países se notará la diferencia entre la población urbana y rural.
Como elemento añadido, hay una importante cantidad de personas que no se quiere vacunar. Incluso antes del COVID-19, países desarrollados presentaban estadísticas que mostraban que hasta 20% de su población tenía recelo a las vacunas.
En principio, las primeras medidas son sencillas y ya están en marcha: producir y cooperar lo más posible en el proceso de vacunación y reiterar la efectividad e importancia de vacunarse. Sin embargo, eso no es suficiente.
En la discusión sobre si debe existir el pasaporte de vacunas para que la gente inmunizada pueda viajar libremente, muchas empresas se verán obligadas a asumir una postura. Más allá de la posición que cada organización decida tomar, tenemos algunas sugerencias para entrar en esa discusión de una manera más legítima: