Al inicio de la pandemia, la carrera por la vacuna tuvo varias estrellas. Empresas líderes del sector captaron la atención de miles de millones de personas alrededor del mundo mediante los titulares de los medios híper-enfocados en los avances de las principales farmacéuticas.
Algunas farmacéuticas, se beneficiaron de tener avances más rápidos como AstraZeneca por ejemplo, quien además desarrollo sus estudios con otro nombre que le daba un halo de prestigio a su trabajo: Oxford. Así, 2020 apuntaba a ser el despegue de un brillo reputacional que definiría el futuro de AstraZeneca, como uno de los héroes de la crisis.
Un año después y sin entrar a valorar, la historia es otra. Mientras las soluciones de Pfizer y Moderna avanzan rápidamente con vacunados en Estados Unidos y el mundo, la apuesta de Europa por AstraZeneca los ha relegado en el plan de inoculación por las dudas que se generaron alrededor de la vacuna.
La sensibilidad de la crisis y el pensamiento binario naturalmente humano crea héroes y villanos, cosas buenas y malas. Por ello, ante problemas menores se creó la imagen de AstraZeneca como la “vacuna mala”, a pesar de que científicamente tiene un alto porcentaje de efectividad contra la COVID-19.
Primero, la variación en el porcentaje de efectividad generó algunas dudas. Desde ese momento, la percepción era que la vacuna de AstraZeneca no era tan buena. Luego, una crisis con casos puntuales de coágulos de sangre en Reino Unido generó una reacción en cadena y muchos países detuvieron la administración de esta vacuna, lo que significó un duro golpe para los planes en Europa.
Aunque luego se comprobó que los problemas identificados por la vacuna no eran significativos estadísticamente, dado que la probabilidad de que surgieran esos casos de coágulos de sangre en la población era aún mayor a la cantidad de casos que surgieron sin que se hubiese administrado la vacuna, el daño estaba hecho.
Ante la crisis, las autoridades de AstraZeneca decidieron renombrar la vacuna y llamarla Vaxzevria, en un intento por quitar del imaginario colectivo la mancha actual sobre la vacuna que el nombre de la farmacéutica genera al estar en el “top of mind” de las personas de forma negativa. Sin embargo, falta mucho trabajo comunicacional por hacer. El rebranding por sí solo puede ser incluso contraproducente si no se establece un plan para convencer a millones de personas de la efectividad de la vacuna. Probablemente sea imposible quitar todo el daño, pero hay oportunidad para restaurar cierto grado de confianza en la valiosa vacuna.