Los números confirman lo que hace unos meses conversábamos: la sociedad ha premiado a aquellas empresas que se tomaron el desafío de arriesgarse, responder y cambiar el curso de la pandemia.
En un artículo reciente, un CEO de unas de las empresas que produjeron las vacunas que están controlando el virus dijo que reunió a sus equipos y les pidió algo inédito: hagamos una vacuna eficaz en menos de un año. Lo que resultaba casi un milagro terminó materializándose y, dada la escala del problema, la sociedad lo ha recompensado.
Estudios de reputación en España y Estados Unidos indican cómo aquellas empresas que produjeron exitosamente soluciones ante el COVID-19 se han catapultado a dominar las listas de empresas con mejor percepción.
Incluso, algunos estudios muestran cómo empresas específicas mejoraron su imagen cuando su vacuna pasaba los filtros de aprobaciones. Es decir, producir una vacuna fallida era también un riesgo al exponerse a un fracaso público.
Aunque podemos conversar de todos los cambios producto de la crisis de salud, el hecho central es que lo que eran temas nicho y especializados, pasaron a ser temas de conversación diaria.
Las fases de estudio clínico, el funcionamiento de las vacunas, el ARN mensajero, entre otros, eran conceptos que a la gente no le interesaba y, por lo tanto, el éxito o fracaso de una empresa en esos territorios de conversación se penalizaban casi exclusivamente en los grupos especializados, con alguna incidencia indirecta en la opinión pública.
Sin embargo, el conocimiento sobre la industria ha proliferado y, aunque probablemente sea un efecto temporal, tenemos una sociedad con mayor foco en las empresas de la salud y, por lo tanto, están más vulnerables.
La crisis se convirtió en un proceso de selección natural que recompensó a las empresas con mayor capacidad de respuesta. Una lección que ganadores y no ganadores deberán anotar ante el próximo reto.